domingo, 20 de mayo de 2007

Los noticiarios de hoy traen la crónica de las nuevas acciones miitares del estado de Israel sobre los palestinos de Gaza, una nueva razzia de castigo, como una especie de envalentonado Sansón del tercer milenio contra unos gabaonitas contemporáneos.

La comparación con el Antiguo Testamento me brota casi espontánea cuando sale Israel, aunque el concepto bíblico de Israel sea un concepto veterotestamentario, cerrado, acabado; lo que queda de aquel Israel de las promesas está en la Biblia, porque el Israel auténtico se llama y es la Iglesia. Absolutamente.

Hay, perdura, sobrevive, una porción obcecada, remisa al Evangelio que se auto-reconoce como heredera político religiosa de aquel viejo Israel. En lo religioso, su destino es un apéndice de la propia Iglesia, que reza solemnemente por su conversión. En lo político, su proyecto es uno de los peores errores y más sangrientos tráumas del siglo XX y lo que llevamos de este.

Los cristianos hemos entendido mal y trágicamente la convivencia histórica con este Israel. Hasta hace pocos lustros no se comprendió la compañía valiosamente testimonial del nuevo"resto de Israel" en el propio transcurso temporal de la Iglesia, que reconoce el valor de su existencia y su inserción providencial en la Economía Salutis.

Políticamente, sin embargo, la inconcebible actitud del moderno estado de Israel, exije desde la moral política cristiana un severo juicio. La historia contemporánea tiene en ese estado sionista una de sus peores llagas abiertas, con consecuencias para la estabilidad y la paz internacional.

Hoy también sale en la prensa que en no sé qué universidad han descubierto un medio para medir la profundidad de un agujero negro: Deberían ensayarlo antes con el estado de Israel y medirle la hondura de su demencial política de perpetuo conflicto.

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